Detrás de Dune Park: Entrevista a Laura Carrena, su cofundadora

Dune Park es uno de los proyectos culturales más singulares de Buenos Aires. Ubicado en Araoz 740, en el barrio de Palermo, este espacio combina club nocturno, centro cultural, sala inmersiva y laboratorio creativo. Con una programación que cruza música electrónica, arte digital, performance y experiencias sensoriales, Dune Park se consolida como un faro de innovación en la escena independiente. En esta entrevista, su cofundadora Laura repasa el origen del proyecto, sus transformaciones y los desafíos de sostener un espacio así en el contexto argentino.

Dune Park nació como una productora nómade y hoy es un centro cultural con múltiples espacios. ¿Cómo fue ese proceso de transformación y qué aprendizajes te dejó?

Bueno, Dune Park nació el 21 de septiembre de 2018, el día de la primavera. Ese fue el primer evento oficial y marcó un antes y un después. Empezamos con Fede, mi marido y socio, en un lugar que se llamaba El Gato Viejo, al lado del Museo Ferroviario, en Retiro. Era el atelier de Carlos Regazzoni, un artista que ya no está entre nosotros, y ese lugar tenía algo… una energía muy particular.

Las fiestas las hacíamos completamente desde cero. Armábamos los escenarios, poníamos pantallas, hasta llevábamos grupos electrógenos. No lo hacíamos por plata, lo hacíamos por amor al arte. Queríamos ir más allá del típico DJ y luces. Por ejemplo, llegamos a poner 50 metros cuadrados de pasto natural al lado del escenario, o usábamos autos abandonados con luces que yo controlaba desde la cabina.

El nombre al principio era DVNE, por “Daily Value Not Established”, lo saqué de un frasco de vitaminas. Era muy personal, estaba vinculado al EP con el que finalicé la carrera en EMBA, pero la gente no lo podía pronunciar. Así que lo transformé en Dune, como la novela de ciencia ficción que me fascina, y “Park” porque cerraba bien con la idea de espacio. Y así terminó de nacer lo que hoy es Dune Park.

El club se distingue por su propuesta inmersiva: desde la iluminación hasta las instalaciones interactivas. ¿Qué rol juega la tecnología en la experiencia que buscan ofrecer?

Desde el inicio, siempre quisimos acercar al público una experiencia diferente, más ligada a la tecnología y la vanguardia. Por eso desde temprano usamos sensores LiDAR en la sala inmersiva. Hoy quizás están más difundidos, pero cuando arrancamos era una locura. Apenas había algo así en Buenos Aires.

La iluminación también es un eje. Buscamos ser creativos en cómo se ve y se siente el espacio, que no sea estático. Eso viene de nuestros orígenes también: esa costumbre de preguntarnos “¿qué idea loca podemos hacer?”. Nos gusta jugar con eso, sorprender y generar una experiencia sensorial completa.

Mencionaste que Dune Park fue creado “por y para artistas”. ¿Cómo se refleja eso en la programación y en la comunidad que lo habita?

Sí, totalmente. Yo soy DJ, productora musical, y muchas de las personas que participaron en la creación de Dune Park también vienen del arte: diseño gráfico, visuales, música. Eso influye mucho en cómo pensamos el club, incluso en detalles como la cabina del sótano: la pensamos para que sea funcional desde el lugar del artista.

Además, una de nuestras mayores intenciones fue siempre apoyar a la escena argentina. Hay artistas impresionantes dando vueltas por acá, y qué mejor que darles un lugar. Nos esforzamos por generar comunidad, por eso en la programación conviven artistas que recién empiezan con nombres ya consagrados, incluso internacionales. Y eso no es fácil de lograr, pero nos da mucho orgullo.

Durante el verano realizaron importantes reformas en el club. ¿Qué cambios introdujeron y qué impacto buscaban generar?

Durante el verano estuvimos cerrados porque necesitábamos hacer mantenimiento sí o sí. El piso del sótano, que es recontra reconocible, se había dañado por un problema de fuerza mayor. Aprovechamos para mejorarlo, reforzarlo eléctricamente, y también repusimos todos los cabezales de luces, pintamos todo de nuevo. Lo cuidamos como si fuera nuestra casa, literal.

En la planta baja, cambiamos la dinámica. Ya no se hacen DJ sets ahí, ahora es un espacio más chill, con sillones, livings, un lugar para estar tranquilo, tomar algo, charlar. Y en el primer piso, donde está el Theater, hicimos una pared de ¡cuatro toneladas! como parte de un proyecto grande de insonorización. La idea es que en el futuro funcione como segunda pista, con escenario propio, barra y propuestas que van desde jazz hasta instalaciones audiovisuales.

En un contexto económico desafiante como el argentino, ¿qué estrategias adoptaron para sostener un proyecto tan ambicioso? ¿Qué consejo le darías a quienes quieren emprender en la escena cultural?

Mirá, la verdad es que es un proyecto ambicioso, y te diría que hasta asusta. Al principio no podía dimensionar lo que estábamos haciendo. Estuvimos un año y tres meses de obra antes de abrir en 2022. Íbamos a hacerlo en un espacio de 2.000 m²… una locura. Por suerte fuimos bajando a tierra. Éramos tres socios al principio y uno de ellos, que ya no está, fue clave en la etapa de construcción.

Una cosa que nos ayudó mucho fue reutilizar todo lo posible. Parte de Dune está construido con materiales que ya estaban en el lugar: hierro, madera, estructuras viejas. Y eso es clave, porque uno no siempre necesita tanto como cree para empezar.

No te voy a mentir: lo quise cerrar muchas veces. Es muy estresante. Pero bueno, el mejor consejo que puedo dar es ese: hay que aguantar. Cuando pensás que ya no podés más, es cuando estás por dar la vuelta. Hay que mantener el foco, apoyarse en los demás, y seguir. La vida del emprendedor no es fácil, pero si tenés algo que te representa y podés aportar desde ahí, vale la pena.